Esperando a Godot. Samuel Beckett
Editorial Círculo de lectores 1970. Colección pequeño tesoro.
Tapa dura, geltex. 18x12 centímetros. 156 páginas. Estado de conservación: nombre anterior propietaria, libro con señales normales de buen uso.
Es la obra más conocida de Beckett y, aunque la trama parezca no tener ninguna acción relevante, lo cierto es que no deja de ser un reflejo de lo absurdo de la vida, una vida en la que cada día es exactamente igual que el anterior y en el que nadie sabe de dónde viene ni a dónde va. Una trama que aunque parezca simple, lo cierto es que esconde una de las máximas del existencialismo: ¿para qué vivimos?
Con Esperando a Godot, Samuel Beckett inauguró su carrera como autor teatral. Fue la tercera vez que el autor intentaba adentrarse en el mundo del teatro y fue gracias a esta obra que se pudo subir sobre un escenario. Y su estreno teatral fue apoteósico: Beckett causó una gran revolución en la época ya que apostaba por un teatro nuevo, diferente y en el que aparentemente «no pasaba nada». Porque acción, hay poca en esta obra. Lo que hay es mensaje, es contenido, es el planteamiento de la vida misma presentado de un modo absurdamente real.
Cuando en 1953 se estrenó en París Esperando a Godot, casi nadie sabía quién era Samuel Beckett, salvo, quizá, los que ya lo conocían como ex secretario de otro irlandés, no menos genial, James Joyce. Por aquellas fechas, Beckett tenía escrita ya gran parte de su obra literaria; sin embargo, para muchos, pasó a ser "el autor de Esperando a Godot". Se dice que, desde aquella primera puesta en escena -que, realizada por el gran Roger Blin, causó estupefacción y obtuvo tanto éxito- hasta nuestros días, no ha habido año en que, en algún lugar de nuestro planeta, no se haya representado Esperando a Godot. ¡Más de cuarenta años en los escenarios del mundo! El propio Beckett comentó en cierta ocasión, poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1969, que Esperando a Godot era una obra "horriblemente cómica". Sí, todo lo horriblemente cómica que puede resultar, a fin de cuentas, la angustiosa situación límite de dos seres cuya vida y grotesca solidaridad se forjan en la absurda y vana espera de ese quién sabe qué (o quién) al que llaman Godot.